Totalmente restablecido, a inicios de noviembre de 1846 pide a su madre que le acompañe a Turín y se quede a vivir con él para ser la madre de aquellos chicos huérfanos de padres, de afecto y de educación. A su madre, Margarita, le cuesta irse a una casa que no es la suya y a una ciudad donde nadie la conoce. Pero acepta, con gran disponibilidad, y parte con su hijo a establecerse en la casita de Valdocco, a medio arreglar: “En el pueblo todo eran preocupaciones para disponer y administrar; aquí, contigo, estaré más tranquila, sin nadie a quien mandar ni dinero que gastar” –dice bromeando, al llegar.

En aquella casita, Don Bosco empieza alojar a algunos chicos. Les ofrece una cama y un plato, les busca trabajo, y, por la noche y los días festivos, les enseña a leer y a escribir y les da formación religiosa. Además Margarita ejerce de madre: les lava y les cose la ropa, les da buenos consejos, o les riñe si es necesario. Poco a poco los internos aumentan y hay que ampliar la casa. Acaba comprándola, junto con otros terrenos vecinos, para poder construir nuevas habitaciones, aulas y talleres en donde les enseña  oficios que él había aprendido de joven: sastre, albañil, zapatero y otros. Dada la afluencia de chicos de toda la ciudad, con la ayuda de otros colaboradores Don Bosco abrió otros dos oratorios en Turín: el de San Luis (1847), y el del Santo Ángel (1849). Ya que aumenta el número de los internos y de aquellos que acuden los días festivos desde toda la ciudad a pasar el día con Don Bosco, la capilla de la casita Pinardi queda demasiado pequeña. Por esta causa emprende la tarea de construir una iglesia al lado de la casa. La dedicará su modelo en el apostolado juvenil, San Francisco de Sales. Transcurre el mes de junio de 1852.

Años después, tendrá que construir una iglesia mayor, un auténtico santuario mariano dedicado a María, la auxiliadora de los cristianos.imagen 3

Don Bosco, desde buen principio, contó con la ayuda de colaboradores, sacerdotes y seglares: don Cafasso, don Borel, algunos seminaristas, y algunos de los chicos mayores que habían crecido a su lado. Pero no podía contar con estas personas del todo y para siempre. Algunos amigos y admiradores, como eran Mons. Fransoni, arzobispo de Turín, los ministros Ratazzi y Cavour, del Gobierno del Piamonte, y el mismo Papa Pío IX, le aconsejaban que fundara una asociación religiosa para asegurar la cohesión de los diferentes oratorios y la continuidad de su obra. Al mucho trabajo que ya llevaba entre manos, como era la organización de los oratorios, o la construcción de nuevos edificios, o la atención de los internos que ya pasaban del centenar, o la publicación de la colección de libros destinados a la formación cristiana de las clases populares, llamada Lecturas Católicas, iniciada el 1853…debía añadir ahora la selección y formación de los colaboradores que quisieran quedarse para siempre con él.

No eran tiempos fáciles. La agitación liberal promovía un espíritu contrario a las congregaciones religiosas. Las guerras de la unidad italiana provocaban una gran desbandada de seminaristas y frailes. Los sucesivos gobiernos piamonteses mantenían una política de expoliación de las propiedades eclesiásticas. Don Bosco se hallaba entre dos aguas: por un lado, superada ya la sorpresa inicial cuando se le creyó un loco y un revolucionario, se ganó el aprecio de las autoridades civiles y eclesiásticas por su labor social y educativa; por el otro la política antieclesiástica hacía que su sueño apareciera como algo arriesgado y condenado al fracaso. Cuarenta años después, al final de su vida, reconocerá que de haber conocido de antemano todas las dificultades que comportaba la fundación de una nueva congregación religiosa, no se hubiera sentido con fuerzas para llevarla a término.

Ya desde 1849 Don Bosco reunía a los jóvenes mayores, entre los que descubría un brote de vocación sacerdotal, y les iba preparando, haciéndoles compartir la responsabilidad educativa de los oratorios. Muchos le fueron dejando, pero otros se quedaron con él. El 26 de enero de 1854 propone a cuatro de ellos realizar una experiencia temporal de cariz pastoral y educativo con los chicos bajo la advocación de San Francisco de Sales, con la posibilidad de comprometerse más delante de una forma estable. Desde aquel día son llamados salesianos los miembros de aquel grupo íntimo de colaboradores. A partir de marzo del año siguiente, algunos de aquellos jóvenes, y otros que se han ido añadiendo, se van comprometiendo de forma estable ya con Don Bosco. La Sociedad de San Francisco de Sales, o Congregación Salesiana, empezará a existir, propiamente, el 18 de diciembre de 1859. Don Bosco y diecisiete colaboradores más se comprometen a formar una comunidad estable, dedicada a la educación y a la formación cristiana de la juventud, especialmente de la más necesitada. Entre ellos escogen como Superior a Don Bosco. Seis meses más tarde, cuando ya son veintiséis, presentan un proyecto de Constituciones al arzobispo Fransoni para su aprobación canónica. En el momento de la aprobación definitiva de las mismas, el 1874, la joven Congregación cuenta con 330 salesianos y dieciséis comunidades repartidas por todo el norte de Italia y el sur de Francia.

Don Bosco se dedicaba a la juventud masculina. En aquella misma época, en un pueblecito del sur del Piamonte, Mórense, el párroco Domingo Pestarino y un grupo de jóvenes muchachas que formaban la Unión de María Inmaculada, habían abierto un taller en donde se enseñaba a coser a las chicas de la población, y las formaban cristianamente. Don Pestarino conoció a Don Bosco y se hizo salesiano, permaneciendo en Mórense como párroco. En octubre de 1864 Don Bosco visita Mórense, invitado por don Pestarino, y conoce aquel grupo de jóvenes educadoras. Con la idea de fundar un Instituto femenino dedicado a la educación e las chicas, Don Bosco les propone que empiecen a vivir en común. Será el origen de las Hijas de María Auxiliadora, o Salesianas. El 5 de agosto de 1872, quince de aquellas muchachas, encabezadas por María Mazzarello, que pocos meses antes había sido elegida Superiora de la comunidad, profesan como religiosas del nuevo Instituto.

Don Bosco había deseado, ya desde su época de seminario, ir a las misiones, y mientras estaba en el Colegio Eclesiástico estuvo a punto de hacer las maletas para marchar a tierras lejanas. Pero don Cafasso lo disuadió para que continuara su labor pastoral y educativa entre los jóvenes obreros de Turín. A petición del cónsul argentino, el año 1875 organizó la primera expedición misionera que fue a establecerse en Buenos Aires, a trabajar con los numerosos inmigrantes italianos que allí residían. De Buenos Aires pasaron más tarde los Salesianos a la Patagonia y después a la Tierra del Fuego. Desde entonces cada año ha habido una expedición misionera de salesianos y salesianas que han ido fundando misiones por todos los continentes para continuar la labor pastoral y educativa de Don Bosco entre los jóvenes más necesitados de todos los pueblos.

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